Cuando los actos del recuerdo son actos de habla referidos a experiencias propias de la persona, hablamos de memorias individuales; cuando se refieren al pasado del grupo, las llamamos memorias colectivas; y cuando estas últimas cumplen algunos requisitos, las llamamos Historia. 

Inevitablemente, casi toda memoria colectiva está grandemente impregnada de subjetividad, dado que a menudo se recuerda con cierta carga de afectividad y valoración personal, mientras que la Historia, en tanto disciplina, debe someterse a las leyes y al rigor científico. A final de cuentas, es la combinación de ambas la que le da dimensión específica a la necesidad humana de valorar el pasado.

Mas, ¿qué implica recordar para una sociedad? ¿Qué implica olvidar? ¿Qué se recuerda y qué se olvida? ¿Qué factores influyen en ello?

Cuando el sinsentido hace acto de presencia, la memoria colectiva rescata el significado de un pasado que ha impactado emotivamente a una sociedad, para intercalarlo en el presente a partir de sus gestas, hazañas, aquello que se celebra y que ha dolido o que ha dotado de cierto regocijo al colectivo. Es en la memoria colectiva que el pasado adquiere primera continuidad temporal e incluso trascendencia. Gracias a ella, llegan al espíritu los inteligibles intuitivos que subyacen en las imágenes de las cosas y que nos sirven para emprender el diálogo de los tiempos, donde convergen ambas memorias, individual y colectiva, a modo de configurar nuestra perspectiva de un futuro no sólo deseable, sino posible.

La memoria colectiva, por tanto, representa mucho más que el archivo empolvado del que se recupera lo ocurrido. Deviene, en cambio, en proceso diligente de elaboración narrativa que, merced a esta dimensión social propia del recuerdo personalizado, maximiza la coherencia de lo sucedido. Superficialmente, se puede decir que es lo que recordamos, el cómo lo recordamos y las circunstancias que están aunadas a ese recuerdo, si bien su importancia es mayúscula, cuando de ella depende nuestra pertenencia al colectivo vinculado.

Cierto es que las principales discusiones en torno a la relación que guardan Historia y memoria colectiva se han dado en el ámbito de lo profano –a partir de la historia cultural; los acercamientos entre la historia y la antropología; el seguimiento e interpretación de las representaciones colectivas; el análisis crítico de los registros y de los discursos; de los textos y los contextos en que éstos se producen, etc.--, mas la memoria colectiva de los pueblos se expresa y se recrea fundamentalmente a partir de lo sagrado, caracterizado por las creencias, los mitos, los ritos y los actos litúrgicos celebrados por las culturas que los transmiten de generación en generación.

Llegado el momento de transmitir lo vivido, es en el seno de este estira y afloja entre lo profano y lo sagrado que el tiempo de la memoria colectiva sufre ajustes y modificaciones, pues los vehículos que conservan y expresan la memoria mutan según las expresiones, las formas y las técnicas actualizadas --de ahí su importancia para la experiencia cohesiva de un grupo de individuos que aspiran a propiciar conjuntamente presente y futuro.

A final de cuentas, como se implica en el libro de Jorge Mendoza García, Sobre memoria colectiva. Marcos Sociales, artefactos e historia, la recuperación de la memoria compartida es más que un mero debate: es una necesidad y un deber. Frente al olvido, la recuperación de la memoria propone a la sociedad un recuerdo consciente y sereno que rescate los hechos, los organice y los divulgue. El propósito final es aprender de ello, no para estimular venganzas, reavivar conflictos o crear otros nuevos, sino para saber y obrar acorde a nuestra condición de ciudadanos libres, responsables, sujetos de derecho y respeto en nuestro cauce personal y colectivo hacia la trascendencia.

Sobre memoria colectiva. Marcos sociales, artefactos e historia.

Jorge Mendoza García.

Colección: Horizontes Educativos.

Universidad Pedagógica Nacional.

2015  

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  • Última Actualización:Martes 23 Abril 2024.
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